Desnudé el alma

Desnudé el alma 

de este amanecer baldío, 

que llegó a lomos,

de ese verso certero, 

que disparado a bocajarro 

se adormece en Fa sostenido, 

encarando con suspiros, 

los poemas que nunca he escrito. 

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Yo tengo una amiga

Yo tengo una amiga, 

que esta un poco loca, 

o eso me gritan las nubes. 

Esta loca porque le gusta abrazarse 

a las perpetuas nieves azuladas.

Yo tengo una amiga, 

que esta un poco loca, 

o eso me dicen los vientos. 

Esta loca porque le gusta bañarse

en océanos de espumoso invierno.

Yo tengo una amiga, 

que esta un poco loca, 

o eso opina la lluvia. 

Esta loca porque le gusta vivir la vida, 

descarada y sin censura.

Yo tengo una amiga, 

que esta un poco loca, 

o eso afirma la luna. 

Esta loca porque su sinceridad termina, 

donde el horizonte empieza.

Yo tengo una amiga, 

que esta un poco loca, 

o eso cuentan las flores. 

Esta loca porque es sorprendente 

como el baile de las nubes, 

libre como la lluvia 

que anuncia primaveras, 

suave como el viento 

que roza las mejillas, 

brillante como la luna 

descarrilando en la oscuridad de lo prohibido 

y a veces, también, 

furiosa tormenta despeñada.

Yo tengo una amiga, 

que esta un poco loca, 

y no dejo de agradecer a las estrellas, 

el cruzarla en mi camino.

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Susurro al viento

Susurro al viento, 

esperando el momento aletargado 

de ese reflejo caduco, 

que solo el silencio de su sonrisa 

consigue hacer eterno, 

enmarcando con disimulo, 

las flores huérfanas de atardeceres.

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Despertares ausentes

Y viene la noche batiendo las alas, 

que cansada de las flores, 

se conforma con el morir de las estaciones, 

que deambulando descaradas 

por ese horizonte lascivo 

despistan los amaneceres, 

enmarcando el azul celeste 

de los despertares ausentes.

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Entre esos mares

Entre esos mares almidonados, 

reposa pensando su alma, 

cerca de la confianza, 

lejos de los deseos,  

tenjiendo con hebras de lino 

las caricias olvidadas 

de esos besos perdidos 

en la tempestad de sus sentidos.

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Por el alambre

Descarrilé en el valle alicatado 

por esos versos olvidados, 

que caminando por el alambre, 

acaban besando el asfalto

mientras los poemas 

descosen las nubes 

para tejer la coraza, 

que forrada de flores muertas, 

se aferra desbocada a las primaveras.

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Y la alegría

Y la alegría se abre paso 

entre las nubes de granito, 

sin miedo a la belleza 

de la coraza analfabeta, 

que  ignorante de lo incierto 

y sin temor a los destierros 

deshoja los atardeceres, 

adormeciendo los recelos del pasado, 

entre las ilusiones encontradas del ahora.

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Yo me enamoré de ti

Yo me enamoré de ti,

el día que el sol apagó el cielo, 

y en la fragua se fundió,

con el reflejo de tus ojos.

Yo me enamoré de ti, 

una mañana de invierno, 

cuando la locura de tus labios

bordó las flores que reclaman primaveras 

y desdeñan los otoños, 

para traer los veranos,

y llenarlos de vida.

Yo me enamoré de ti,

y me abrazó tu sonrisa, 

dibujando en un suspiro, 

tal vez en un jadeo, 

el calor incandescente de labios,

que susurran cuando callan 

y se desbocan cuando besan.

Yo me enamoré de ti,

y el amanecer, 

trajo la calma acompasada, 

la que sosiega el espíritu 

y encharca los recuerdos,

con la voz de juramentos eternos,

que se pierden a hocajadas,

abandonando en las hondanadas,

las ilusiones desahuciadas,

que se disipan buscandote. 

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Tal vez un día

Tal vez un día, el atardecer apague estos sentimientos y solo serán un recuerdo en esa linea plateada donde el sol cuelga el columpio para mecer a la luna, mientras le susurra al oído, arriesga y no dejes que el futuro desbocado decida tu camino, pues si no lo puedes controlar, merece la pena vivirlo. 

Pero ese día no será hoy.

Tal vez un día, todo este amor desbordado, acabe siendo como esa estrella que orienta al que camina perdido y que solitaria en el inmenso mar del universo, se zambulle desquiciada para coser rosadas lágrimas en las mejillas de las olas, que cansadas de promesas se sucidan, escuchando el silencio, de esta playa vacía.

Pero ese día no será hoy

Tal vez un día, al buscar entre la maleza, se pinchará con la rueca y el corazón se quedará mudo, dormido entre sedales, con la mirada vacía y la sonrisa desangrada, cansada de la alegría.

Pero ese día no será hoy.

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La noche

Como me gustaría contarle, 

que la noche trajo, sincera alegría. 

Encubrando los atardeceres

en los mares de sus ojos.

Como me gustaría que viese al amanecer 

descoser las farolas excitadas,

que a pedradas espantan,

las vigilantes miradas, 

de pupilas indiscretas.

Como me gustaría secuestrar 

esas luces del alba, 

que llegan, rabiosas de tu cuerpo

y perderlas entre la maleza,

para poder quererse bien, 

la luna y las estrellas.

Como me gustaría decirle, 

que el ocaso, se escondió entre sus brazos

y que solo fue un recuerdo, 

que mecido por las olas, 

lo lleva mar adentro, 

para encontrarse de nuevo con ese corazón, 

que cansado de galopar,

se deja caer en el abismo,

extinguiendo su sed de vida.

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El tiempo paró

El tiempo paró un instante,

acelerando el amanecer rabioso,

avivando la escarcha en las fogatas,

donde el granizo danza

su baile más lascivo.

El tiempo detuvo el mundo

aligerando la respiración de los sauces,

que desnudos de recuerdos

esperan los otoños, 

para tejer en la planicie,

mantos teñidos, 

de esperanzas muertas.

El tiempo apuñaló a esa ola,

que viene entusiasmada

a enredarse en tu melena

y acaba inmolada

muy cerca de la orilla,

donde tu mirada

calló una lágrima.

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La noche se juntó

La noche se juntó con el día,

vestía el ropaje

de esas noches calientes,

y esas mañanas frías, 

que danzando descalzas entre lirios

buscaban descoser los pétalos, 

que tatuados en su pecho

encierran esos vientos

que hacen galopar las nubes

y llevarlas bien lejos,

para así, asaltar las almenas

de ese castillo de arena

y entrar sembrando amapolas

en los cementerios plagados,

de miedos, y pérfidos amoríos.

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Miro el gatear

Miro el gatear solitario y ausente de ese torrente de versos,

que asfaltados de grises promesas 

desembocan en las marismas repletas de deseo.

Y buscando una salida, 

escapan a horcajadas por ese puente olvidado,

que cansado de los inviernos, sale de su madriguera,

para bajar las nubes y llenarlas de arena.

Mientras, la luna despeinada aúlla a las estrellas

esperando esa lluvia, que nunca llega,

para pintar los charcos, donde ella se peina.

Y despacio, lenta y sin prisa, la luna se pasea 

con su canasto de mimbre,

cosechando los lamentos descuidados del tiempo,

para juntarlos con sus penas y bajar a la fragua,

y así forjar un espejo de plata, donde peinar su melena.

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Quiero

Quiero alguien 

que le gusten 

mis perfectas imperfecciones.

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En la esquina olvidada

Te espero en la esquina olvidada

donde los sueños se suicidan

esperando amnistía, 

donde las palabras susurran verdades,

cargadas  de mentiras 

y las esperanzas mecidas por el viento 

se tornan ilusiones,

enmarcando los charcos de lluvias pasadas. 

Te espero desnudo, vacío de las palabras 

que alquitranan los caminos 

donde los suspiros descarrilan 

para anudarse a tu pelo. 

En esa esquina olvidada 

que se disfraza de septiembre 

para encender los rescoldos 

de aquellos besos perdidos 

que solo ansían bañarse en tu retina. 

En esa esquina,

donde el diablo cosió su melodía, 

que aliada al despertar ausente de los soles, 

corre impaciente buscando tu cintura, 

que errante y desesperada 

se pierde por los senderos sinuosos 

para anidar en los charcos 

donde los corazones heridos 

bajan a lavar sus cicatrices

y así retomar la pelea, 

para hacer que el despuntar del alba 

traiga a esa esquina 

la alegría de ese corazón huido. 

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Abdicando de las tempestades

Abdicando de las tempestades las oigo llegar,

ruidos sordos de truenos tras la montaña,

amarillos soles opacos marchitando el valle,

ninguno cede, ninguno desiste, ninguno renuncia,

conocedores que el triunfo de la contienda

ha de llegar, como llegan los otoños,

atando las hojas muertas, a los atardeceres vencidos.

Guerras ganadas y muchas batallas perdidas,

aleteo de espadañas en mitad de la pelea,

recuerdos almidonados por el tiempo y el vino,

corriendo encabritados como zorros perseguidos,

intimidando el licor de los amores consentidos y de

amores desvanecidos entre versos perdidos.

Esperanzas que trenzan ovillos de lana

sobre los tejados desnudos de fraguas,

preguntando al peregrino por sus pies hartos de cieno,

impasibles, ante los guijarros descarnados del camino.

Nunca le recé a la luna, ni tampoco a las estrellas

olvidado como estoy, maniatado y sin salida,

solo el frío del invierno, me visita en primavera,

abotonando a mis almenas, los pendones de batallas vencidas.

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Lo que me dijo

Atravesaba descalzo el desierto de sus ojos, y allí a lo lejos, escondidos de las miradas al trasluz

yacían dos figuras tumbadas sobre la arena, rechinando los muelles mellados de tantos amores abrigados.

Yo seguí mi caminar sin sentido, cada vez más cerca del ruido atronador de esas hojas de pino, 

mecidas por el eco de esos amantes pasajeros, que enloquecen con los gritos callados tan llenos de pasional delirio.

Cada vez tan cerca, cada vez tan lejos (o quizás no tanto) de ese frenesí irreverente que enfriaba los infiernos, con el crepitar de esa fogata y de esos alambres de espino.

Por fin llegué a ese rincón escondido, donde los amantes se miraban en silencio, iluminados tan 

solo por la luz traviesa de las luciérnagas.

Llegué y tamaña fue mi sorpresa que quedé fascinado, seducido y embriagado por tanta belleza, pues el sol y la luna eran esos amantes pasajeros, que se cobijan en ese desierto, los días nublados de enero, para poder quererse bien.

La luna me miró y me dijo al oido: tu eras aquel que vertía ríos de tinta en los folios en blanco, 

el que habitaba en esa coraza cargada de silencios, que gritan chillan y vociferan hasta desgañitarse, y acaban siendo un susurro sordo  a merced de los vientos.

Ese, que pinta y enmarca los charcos donde bajo a peinar mi cabellera y adornar mi melena con 

polvo de estrellas.

Aquel que caminó por mi espalda cargado con el zurrón de miedos y miseria, el mismo que dejó 

mi rebaño de estrellas pastando en el olivar y fue a buscar en el horizonte unos labios que besar.

Sí, ahora me acuerdo, eres aquel que un día, tal vez una noche, decidió descoser la armadura y 

dejar salir ese mundo dormido, anestesiado por la cobardía y por esas mentiras, cimentadas con 

los guijarros oxidados que habitan donde se rompen las olas.

Ese, al que ya no le espanta ni el dolor, ni la tristeza, ni caminar por la orilla del abismo perdiendo el equilibrio, que vuela libre cuando dice lo que su corazón piensa y que sabe que la vida es muy corta para silenciar las palabras y anudar los sentimientos que pueblan su alma.

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Ese manto

Ese manto gris de colores dorados

que tejido al atardecer del tercer día,

se conforma con la certeza del agua tardía

apagando en un instante, acaso en un momento,

el ardor y el desvarío de ese corazón dormido,

que secuestrando los relojes, se inmola, 

para detonar el tiempo,

desgarrando los amaneceres,

para seguir soñando contigo.

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Y yo, que estaba perdido

Y yo, que estaba perdido

en esos manantiales secos de versos,

encontré una mirada,

que me regaló su cariño,

y desbordo el amanecer

entre los ríos regados de tinta,

que perennes, danzaban a contraluz

en el desván cercados de peñascos.

Esa amistad tan sincera,

que llegó como el otoño,

tapizando las aceras,

con esas letras tan bellas,

que mecidas por el viento,

las disfraza de canciones,

para llenarlas de vida.

Esa es la amistad

que siempre quiero en mis días,

la que confunde las estaciones

y que trae la luz y trae las risas,

la que pinta amaneceres,

atardeceres y sonrisas.

Esa con la que podría llorar,

y llenar mares de tinta.

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Aquel amanecer

Aquel amanecer bajo el puente,

soñé que podría zambullirme

y dejarme arrastrar por las corrientes,

que peinadas por el viento

se ponen revoltosas y se pintan los labios

para emboscar a contraluz

las palabras temerosas,

que se pierden en su garganta

y su corazón apuñala.

Aquel amanecer llegó tímido, 

cansado de perseguir quimeras,

cansado de los silencios

que acunados por el temporal,

lo dicen todo, sin decir nada

Cansado...

Aquel amanecer, 

trajo a la cordura 

agarrada de su mano,

vestía una falda larga

y zapatos de orquídeas,

camisa de mangas anchas

rematadas con un beso

y prendido a su pelo, 

libertad y esperanza,

En su muñeca, un reloj sin minutero,

fatigado del correr de las estaciones

y a su pecho cosido,

velatorios de hojas muertas.

Aquel amanecer tan hermoso,

me habló y me dijo:

deja de mirar el puente

y soñar en zambullirte,

deja correr al viento

no quieras peinar su pelo,

que libre y despeinado

nunca podrás atarlo

ni colocarle grilletes.

Busca tu camino,

busca tu destino

y vive!!!

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Llegó el atardecer

Llegó el atardecer

y me desenamoré un poco,

venía derramando flores secas

y guirnaldas de violetas,

pisando las lagunas teñidas de plata 

y en su calmo deambular,

encontró a la luna llorando,

despeinando con lágrimas púrpuras

los sauces donde aletea la lluvia,

donde las estrellas encarcelan al sol

y los amantes se juran, amores imperfectos.

¿Por qué lloras mi luna?

Lloro, porque estoy empachada de versos,

de miradas clandestinas preñadas de poesías,

de juramentos, mentiras y engaños

y de esos amantes y sus amores (im)perfectos.

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Veinte años

 

Te conocí veinte años atrás y desde aquel día el hilo rojo del destino nos unió para siempre...

Recuerdo las risas, las miradas cómplices, esos guiños del destino que nos buscaba y nos encontraba perdidos en el temporal, tintando las lunas, con el eco sordo de las mañanas vacías.

Recuerdo, aunque vagamente, esas palabras carentes de reproches que marcaban a fuego las despedidas, que encendían en mi alma los ardores pasajeros y tiznaban los despertares como carbones prendidos.

Recuerdo una noche, o tal vez un día, donde la luna alumbraba las farolas partidas, recuerdo esa noche que se hizo día, pues cabalgamos desbocados, sin miedos, sin pesar, ni remordimientos.

Recuerdo las tardes de cervezas, la palabras disparadas a bocajarro, las locuras, las tuyas, las mías, más las tuyas, las risas sin tregua, las noches en vela soñando con tu sonrisa, 

las veces que te soñaba y ni despertar quería.

Recuerdo que un día hablamos de amistad de no perderla jamás, de no perdernos jamás, que si los besos se acaban, nuestros corazones continuarán cosidos por ese hilo rojo del destino, ese que llega sin avisar. Veinte años te conozco, muchos más me gustaría tenerte bordada en mi pecho y encarando las tormentas, esas tormentas que al final son paz, ilusión y vida.

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Poesía

No se si era mi tipo de mujer, 

ni yo su hombre perfecto, 

solo estoy seguro, 

que amanecer a su lado, 

era poesía.

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Sigo Caminando

Me dan igual las miradas de soslayo, 

los silencios roncos que engalanan las aceras, 

los pensamientos obtusos de gente que no tiene vida. 

Yo, solo quiero caminar, 

perderme entre tus rizos de loca, 

vomitar regueros de tinta que se entrelazan hilando vida. 

Sabes que conmigo no te faltarán las risas, 

que las noches serán largas y las madrugadas eternas, 

que tu piel sera mi guia, y tus labios mi sonrisa, 

que cada amanecer agarrado a tu pecho es calor, es alegría. 

Quiero caminar, deprisa, despacio, 

solo caminar por la vereda de tu ombligo, 

donde nacen los atardeceres por la espalda de la luna. 

Quiero borrar los inviernos, 

apagar esos otoños y despeinar tu melena 

mientras me pierdo en tu cuello. 

Solo caminar, anidar perenne abotonado a tu pecho, 

deshojando ese futuro incierto, 

el mismo, que a horcajadas se mece por el trigal, 

tintando los charcos del azul crepuscular. 

Quiero andar ese camino a tu corazón cosido, 

quiero caminar tan solo contido, 

buscando ese amanecer que será el tuyo y el mio.

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Y al final me encontré

Me desperté en la vereda del camino, 

embarrado hasta la sien 

y con el corazón herido. 

Me desperté como el que huele a vida, 

a viento recién mecido, 

a lluvia sobre la acera. 

Me desperté cansado de morir día tras día, 

de ver descarrilar ríos de tinta 

entre mis manos desvestidas de sonrisas, 

cansado de los gritos sordos 

y de las palabras vacías.

Me desperté si 

y en el zaguán desnudo, 

tan solo aroma a rocío 

y versos recién paridos, 

que saliendo a borbotones de entre las veredas, 

se tornaban primaveras,

tintando los zarzales 

con el color ausente de los amaneceres. 

Me desperté mil veces, 

encarando los infiernos, 

recordando esas noches perdidas, 

que dando patadas a la luna 

forjaba los inviernos 

para colgarlos de mi pecho, 

mientras la ventisca danzaba 

sosegando las ascuas del tiempo. 

Me desperté y esperé el aguacero, 

que cosido a las nubes, 

venía pintando los charcos 

donde las incautas flores, 

sembraban ignorantes 

la llegada del otoño. 

 Y al final me desperté. 

 Y al final me encontré.

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